RUBEN
DARIO Y CELEDONIO FLORES
Reunir en un título los nombres de
Rubén Darío, el cantor del "verso azul y la canción profana" y de
Celedonio Flores, el autor de ilustres tangos como "Mano a mano" o
"Margot", no responde al mero afán de sorprender.
Tampoco sería suficiente para hacerlo
el dato casual: en 1896, el mismo año en que Rubén Darío publicaba en Buenos
Aires sus "Prosas Profanas", nacía (no hace falta decir que en la
misma ciudad) el negro "Cele".
Tal vez venga sí más a cuento un hecho
que no sé si ha sido suficientemente estudiado: la presencia de Rubén Darío en
las letras del tango. Basta repasar someramente en el recuerdo algunas de ellas
para encontrar ejemplos de un léxico rubeniano: la "garçonnière", el
"fino baccarat", o la cita directa: "la sonatina que soñó Rubén
(del tango La novia ausente) o el común atractivo obsesionante de la figura de
Margarita Gautier.
Pero la motivación de esta nota es más
directa: el caso es que Celedonio Flores escribió también un poema titulado Sonatina,
que vale la pena transcribir.
SONATINA
La bacana está triste ¿qué tendrá la
bacana?
Ha perdido la risa su carita de rana
y en sus ojos se nota yo no sé qué
penar.
La bacana está sola en su silla
sentada,
el fonógrafo calla y la viola colgada
aburrida parece de no verse tocar.
Puebla el patio el berrido de un
pebete que llora,
tiran bronca dos viejas y chamuya una
lora
mientras canta I Pagliacci un vecino
manyín.
La bacana no ríe, la bacana no siente,
la bacana parece que ha quedado
inconciente,
con el mate ocupado por algún
berretín.
¿Piensa acaso en el coso que la espera
en la esquina
o en aquel que le dijo que era muy
bailarina
con tapín de mafioso, compadrito y
ranún?,
¿En aquel que una noche le propuso el
espiante?
¿En aquel cajetilla entallao de
elegante?
¿O en aquel caferata que es un gran
pelandrún?
¡Oh, la pobre percanta de la bata
rosa!
quiere tener menega, quiere ser
poderosa,
tener departamenteo con mishé y gigoló,
muchas joyas debute, un peleche a la
moda.
Porque en esta gran vida el que no se
acomoda
y la vive de grupo al final se
embromó.
Ya no quiere la mugre de la pieza
amueblada,
el bacán que la shaca ya la tiene
cansada,
se aburrió de esta vida de continuo
ragú;
quiere un pibe a la gurda que en baile
con corte
les de contramoquillo a los reos del
Norte,
los fifi del Oeste, los cafishos del
Sú.
- "Vamos, vamos, pelandra" -
dice el coso que llega-
"esa cara de otaria que tenés no
te pega;
levantate ligero y unos mangos
pasá."
Está el patio en silencio; un rayito
de luna
se ha colado en la pieza, mientras la
pelandruna
saca vento de un mueble y le dice: -
"Tomá".
Hoy los teóricos del
discurso, en un caso así, hablarían de intertextualidad ( el texto nos remite a
otro texto ) y de deconstrucción ( el texto comenta al otro texto, criticándolo
y proponiendo un nuevo sentido). Celedonio Flores, que no podía usar
estas palabras, habría hablado probablemente de "parodia".
Sea cual sea la manera de denominar
este fenómeno, el hecho es que, salvo que el poema de Rubén sea totalmente
desconocido (caso raro), no se puede leer esta "Sonatina" sin pensar
en la otra. El efecto es que, quiéralo o no, el lector asocia un texto con otro,
los superpone, los "calca", y ya no puede considerar sus semejanzas
sin pasar inmediatamente a sus diferencias. Y son éstas, seguramente, las que
quedan como sentido del texto.
Veamos. Los personajes de ambos poemas
son figuras femeninas: una es una princesa, la otra, una "bacana". El
registro lingüístico de este último término ya nos impacta con su contraste, y
nos distancia los mundos de uno y otro poema.
Lo mismo ocurre con los demás
elementos del ambiente de uno y otro poema. Celedonio Flores ha transmutado el
"clave sonoro" en un fonógrafo, la "dueña parlanchina" en
dos viejas que "tiran bronca", los pavos reales en una lora que
chamuya y el bufón en el vecino manyín.
La princesa y la bacana, una y otra,
están tristes. En esto no hay diferencias. Pero ¿cuál es la causa de la
tristeza en un caso y en el otro? Rubén Darío se pregunta en sonoros versos:
¿Piensa acaso en el Príncipe de
Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza
argentina
para ver de sus ojos la dulzura de
luz,
o en el rey de la islas de las rosas
fragantes
o en el que es soberano de los claros
diamantes
o en el dueño orgulloso de las perlas
de Ormuz?
Frente a estos fastuosos personajes
tenemos en la otra Sonatina al "coso" que la espera en la esquina, al
que le propuso el espiante, al cajetilla, al caferata. El caso es que una
"persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga
ilusión" en tanto que la otra tiene "el mate ocupado por algún
berretín".
En las estrofas siguientes ambos
poetas arriesgan su explicación de la tristeza de su princesa y su bacana,
respectivamente.
Rubén sostiene que "la pobre
princesa" "quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, tener alas
ligeras, bajo el cielo volar". Flores en cambio afirma que "la pobre
percanta" "quiere tener menega (dinero), quiere ser poderosa, tener
departamento con mishé y gigoló. La princesa "ya no quiere el palacio ni
la rueca de plata, ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata"; la
bacana "ya no quiere la mugre de la pieza amueblada" y "el bacán que la shaca
ya la tiene cansada".
Como no podía ser menos, los finales
de ambas historias son muy diferentes. No es difícil adivinar cuál será el
feliz: a la princesita se le presenta el hada madrina y le anuncia la llegada
del "feliz caballero" que la adora sin verla y que - el poema nos
deja presentirlo - la arrancará de su fastidio. La bacana - era previsible - no
tendrá la misma suerte: el que llega es "el coso", el bacán que la
shaca, el que se hace mantener por ella, y le pide unos mangos. Y ella, ¡la
pelandruna!, se los da.
Las Prosas Profanas de Rubén Darío (donde
se encuentra su célebre Sonatina) habían dejado en Buenos Aires y en toda
América una estirpe de poetas rubenianos, clones del maestro, que, como él, poblaban sus versos de cisnes de
cuello grácil, marquesas afrancesadas, blasones aristocráticos, musas
licenciosas. Importaban oropeles usados y pretendían aclimatar las palabras del hastío, el
"spleen" y "l'ennui". Hasta en las mismas letras de tango pueden encontrarse
estos vestigios...
Ante esta enfermedad, ¿puede pensarse
un antídoto mejor que el que preparó Celedonio Flores? La burla intencionada
pero no agresiva, casi juguetona, casi amistosa, casi un guiño de complicidad,
debe haber aventado -suponemos- la epidemia. Sin reproches, sin admoniciones,
sin estridencias, socarronamente, con la proverbial picardía del porteño, viene
a decir: volvamos la mirada a lo cercano, a los mitos prójimos (es decir,
próximos), al romanticismo que habita en nuestro barrio, donde también hay
gente que sueña y anhela (no se piense que Celedonio aprueba los
"berretines locos", las "infelices ilusiones", pero esto sería
motivo de otras lecturas de sus tangos).
La historia de la bacana de nuestro poema contrasta con la de Margot, la del célebre tango.
Las aspiraciones, los anhelos, de la primera, quedan frustrados, no pasan de meros sueños. No sin crítica del autor, la "pelandruna" en el gesto final, muestra que se acomoda a su destino.
Margot, en cambio, "ha cambiado de suerte". Pero al precio no solo del vicio y de la culpa, sino, peor aún, de la alienación, de la traición a sí misma. El nombre es la señal de esa enajenación: "ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot".
Celedonio Flores es un moralista, (repasen sus letras si no me creen) y no puede pasarse sin mostrar las defecciones de sus personajes, encerrados entre el conformismo desfalleciente y cobarde, de un lado, y, por el otro, la indecencia y la falsificación. Por contraste, a partir de sus letras, tal vez podríamos intentar construirnos algunas moralejas.